El aire fresco y húmedo; la sal en los labios; el aroma a tierra mojada, a mar; pelo encrespado y cuerpo pegajoso. Una quietud espeluznante quebrada por el romper de las olas, el graznido de alguna gaviota, la potencia del viento que te empuja advirtiéndote del magnífico poder de la naturaleza.
El vaivén del agua, la resaca de las olas que se posan tan delicadamente sobre una arena o unas piedras brillantes... Es sumamente hipnotizador; ni siquiera te invita a hacer el amago de retirar la mirada. El misterio de aquella masa oscura que se sobreviene absorbe toda la conciencia. A penas la imaginación puede volar ante tan impactante escena.
Tras esta violenta planta de sosiego, los pensamientos fluyen, se difuminan; y el aire puro recorriendo los pulmones ante cada nueva respiración, transmite al resto del cuerpo un equilibrio casi mágico, concediendo unos destellos de belleza no alcanzables de ninguna otra manera.
No cabe lugar a duda de por qué tantos artistas han encontrado aquí su inspiración. Por qué Sorolla tiene tantas pinturas del mar, por qué Barral nos muestra sus reflexiones internas o por qué Jorge Giménez Vives nos encandila con obras como "La mariscadora", de una belleza dulce y natural.
El mar... Un lugar para todos, para el silencio, la meditación, el bienestar (o mindfulness como se ha puesto de moda decir ahora). La naturaleza no sólo es sabia; es hermosa, misteriosa, atractiva y feroz.
El caminante sobre el mar de nubes, de Friedrich |
Ya nos despedimos. La obra de "La mariscadora", una de las más apreciadas por el autor y su familia, surgió de una forma muy natural y espontánea. No fue planificada, sencillamente brotó de la inspiración de Jorge Giménez Vives. Es una de sus primeras obras, ya de su época, digamos, "semiprofesional".
Y como pequeña anécdota, a nuestro Artista, J.G. Vives, le fascinan las obras marinas por la complejidad que a él le supone la representación del mar y las olas.
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